Hola amigos de @catarsis, luego de días de preocupsción decidimos ir al mar. Necesitabamos la inmensidad del océano para liberar nuestras energias y hacer #catarsis. Y que mejor manera que hacerlo en familia.
Llegamos a la costa al amanecer. Atravezamos la ciudad de Puerto Padre y llegamos al Socucho, pueblo que bordea la Bahía. De ahí tomamos el lanchón o patana como se le dice a la embargacion que traslada a cerca de 60 personas a la vez, hasta las playas La Boca, La Llanita y otras más distantes.
Disfrutamos el olor a mar, la brisa y el asombro de Jorgito al recorrer los 200 metros recorridos. Recordé los adombros de mi niñez al ver el mar. Al descender mi primer intinto fue poner los pies en.el agua como un modo de tributar a las deidades, al universo por su magia y hasta entendí por qué Cristobal Colon expresó esta es la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto. Los nuevos estudios indican que fue por este lugar, Puerto Padre por donde desanbarcó el Almirante genovés.
Cuando eramos niños nos decían vamos a la playa y ya era como una fiesta aunque no sabiamos qué era. Dibujé en mi mente un espacio de luces de colores, música estridente y serpentinas como en los carnavales.. Para mí, el mar era una extensión de esas fiestas populares a las que ibamos en tractor, atravesando caminos polvoriento.
La emoción que todos mostraban ante un viaje a la costa era la misma que precedía a las noches de serpentinas y disfraces improvisados. Así, en mi imaginación infantil, el mar y la fiesta eran una sola cosa y era el momento de ser feliz.
Pero la realidad, como suele pasar, superó cualquier fantasía. Para nosotros, niños de ríos y trillos, el viaje a la playa era una aventura épica. Comenzaba días antes, con la confección de los juegos de baño en la máquina de coser de mi madre. Ella transformaba retazos de tela en bikinis. Dos triángulos unidos por cintas para sostenerlos al cuello y la espalda y otro par de triángulos para cubrir lo indispensable. Los varones, más afortunados, llevaban simples shorts. Pero aquel traje, por humilde que fuera, era para mí un encanto.
No dormiamos en espera del viaje. El camino mismo era parte de la magia. Cada kilómetro nos regalaba paisajes nuevos: vacas, chivas, pueblos pintorescos. En Delicia estaba la atracción principal, la casa donde vivió el Tricampeón Mundial Teófilo Stivenson.
Mi madre, nos llamaba la atención por nuestros descubrimientos y asombros, pero incluso ella entendía que para nosotros todo era una novedad.
No era como en los carnavales, donde el entusiasmo se medía en carrosas, serpentinas, congas y bailes. El mar no necesitaba adornos. Era vasto, imponente, un manto azul que se perdía en el horizonte y nos mantenía fascinsdos el día entero. No eramos diferente a los niños de ahora que salen del agua obligados porque hay que comer.
El sol y el olor a salitre se pegaban a la piel, y por lo general eramos bañistas de orilla. Corríamos hacia el agua, reíamos al sentir el agua fria en los pies. Pero confesaré algo: aunque amo la vista del océano y la magia de la arena y el aire puro, el agua salada me molesta porque la sal pica en los ojos.
El traje de baño de mi infancia, se corría constantemente. Sin embargo, nada de eso importaba. Porque el asombro no reside en la comodidad, sino en la novedad, en ese instante en que el mundo se expande ante nuestros ojos y nos hace sentir pequeños y grandes al mismo tiempo.
Este viaje al mar me hizo recordar aquellos carnavales de mi infancia, donde la felicidad también era efímera, pero intensa. Adornados con gorros con pompones de colores, nosotros esperábamos las serpentinas con una mezcla de paciencia y ansia. Un año, el viento se llevó mi gorro al segundo día, y pasé el resto de la fiesta con pesar.
Ahora, años después, entiendo que tanto el mar como los carnavales eran ventanas a un mundo más grande que el nuestro. Uno me mostraba la inmensidad de la naturaleza; el otro, la alegría efímera pero vibrante de la celebración humana. Ambos, a su manera, me enseñaron que el asombro no está en el lugar, sino en la mirada que lo descubre.
Ya en la tarde la luz hermosa del sol había surcado el cielo y era hora de partir. Sigo amando la playa, porque en ella late la promesa de que siempre hay algo nuevo por descubrir y una energía que renovar.
Gracias por visitar mi blog. Soy crítica de arte, investigadora social y amante de la cocina. Te invito a conocer más de mí, de mi país y de mis letras. Texto y fotos de mi propiedad.
The sea and horizon to heal
Hello friends of @catarsis, after days of worry, we decided to go to the sea. We needed the vastness of the ocean to release our energies and experience #catharsis. And what better way to do it than with family.
We arrived at the coast at dawn. We passed through the city of Puerto Padre and reached Socucho, a town bordering the bay. From there, we took the lanchón (or patana, as the boat that carries about 60 people at a time is called) to the beaches of La Boca, La Llanita, and others farther away.
We enjoyed the smell of the sea, the breeze, and little Jorgito’s amazement as we crossed the 200-meter journey. I remembered the wonders of my childhood when seeing the ocean. Upon stepping off the boat, my first instinct was to dip my feet in the water—a tribute to the deities, to the universe for its magic. I even understood why Christopher Columbus said, “This is the most beautiful land human eyes have ever seen.” Recent studies suggest it was in this very place, Puerto Padre, where the Genoese admiral first landed.
When we were children, they would say, “Let’s go to the beach!” and it already felt like a party, even though we didn’t know what it really was. In my mind, I pictured a space of colorful lights, loud music, and streamers, like at carnivals. For me, the sea was an extension of those popular festivals we attended on tractors, traveling down dusty roads.
The excitement everyone showed before a trip to the coast was the same as before nights of streamers and improvised costumes. So, in my child’s imagination, the sea and the party were one and the same—a moment to be happy.
But reality, as often happens, surpassed any fantasy. For us—children of rivers and dirt paths—the trip to the beach was an epic adventure. It began days before, with my mother sewing our bathing suits on her sewing machine. She would turn fabric scraps into bikinis: two triangles tied with strings around the neck and back, and another pair to cover the essentials. The boys, luckier, just wore shorts. But that humble outfit was pure charm to me.
We couldn’t sleep in anticipation of the trip. The journey itself was part of the magic. Every kilometer brought new sights: cows, goats, picturesque villages. In Delicia, the main attraction was the house where three-time world champion boxer Teófilo Stevenson once lived.
My mother would scold us for our constant discoveries and amazement, but even she understood that everything was new to us.
It wasn’t like the carnivals, where excitement was measured in floats, streamers, congas, and dances. The sea needed no decorations. It was vast, imposing—a blue expanse stretching to the horizon, keeping us fascinated all day. We were no different from today’s children, who only leave the water when forced to eat.
The sun and the salty smell clung to our skin, and we were usually shore bathers. We’d run into the water, laughing as the cold waves hit our feet. But I’ll confess something: though I love the ocean’s sight and the magic of sand and fresh air, saltwater bothers me—the stinging in my eyes is unbearable.
My childhood swimsuit kept slipping, but none of that mattered. Because wonder doesn’t lie in comfort—it lies in novelty, in that moment when the world expands before our eyes, making us feel small and grand at the same time.
This trip to the sea reminded me of those childhood carnivals, where happiness was fleeting but intense. Adorned with pom-pom hats, we’d wait for the streamers with patience and longing. One year, the wind blew my hat away on the second day, and I spent the rest of the festival heartbroken.
Now, years later, I understand that both the sea and the carnivals were windows to a world bigger than ours. One showed me nature’s immensity; the other, the ephemeral yet vibrant joy of human celebration. Both, in their own way, taught me that wonder isn’t in the place—it’s in the gaze that discovers it.
By afternoon, the golden sunlight had crossed the sky, and it was time to leave. I’ll always love the beach. Because in it lies the promise that there’s always something new to discover—and an energy to renew.
Thank you for visiting my blog. I’m an art critic, social researcher, and lover of cooking. I invite you to learn more about me, my country, and my writing. Text and photos are my own.
Ante el océano quedamos como hombres desnudos, ante él no hay doctrina cierta, solo la inmensidad de él y la inmensidad de nuestro ser en un diálogo silente de murmullos y olas.
Gracias por compartirnos la experiencia.
Así e. Te invito a ir hasta allá
El mar tiene una capacidad sanadora, es capaz de sanar la piel, y también sanar el alma. Lo he experimentado varias veces y es realmente increíble. Estoy segura que has vuelto renovada.
Si por un dia no hay nada mejor 😊. Me gusta volver a casa. Un abrazo
Qué belleza de familia, de playa, de paseo. Qué maravilla de día, Iris querida.
En lugares así y con personas tan amadas, es imposible no recargarse de las energías más limpias y bonitas.
✨ Qué paz transmite esta imagen… Tu alma se siente en cada detalle. Hay fotos que no solo capturan un momento, sino que cuentan una historia, y esta lo hace con una dulzura inmensa. Gracias por compartir tanta serenidad y belleza. 🌊🌸
@florecemujer🌹
Gracias 🤍💜
Siii una maravilla. Sabes que es un deleite para mi, abrazar a jorgito y envolverlo en toalla cuando sale del mar con frío. @maylink necesita tres toallas, tres tías jjj
Nada como el olor del mar, el azul intenso, el cielo que amanece... Es el paisaje perfecto
Todos esos detalles me encantan
Ayyy sí ❤️💕
¡Felicidades por este tiempo de calidad en familia y de encuentro con el inmenso y necesario mar con su brisa purificadora!
Algo así necesito para gritar y hacer catarsis de todo lo que me aplasta a ver si vuelvo a sonreír algún día.
Si hazlo. Serás feliz. Quizás enfrentado a problemas similares pero con más fuerza
Dicen que en el mar siempre la vida es más sabrosa
Me ha encantado tu recorrido, los detalles de tu infancia, el montón de imágenes que ilustra la felicidad, la arena recibiendo tus pies, finísima en su gracia, la espuma bordeando la línea de la costa y la dicha en una sonrisa que contagia 🌻
Gracias 😘
El mar trae versos. Los escuché. 💜🤍
Que bien, disfrutar de la playa en familia..Paz, tranquilidad y mucha alegria. Tus fotos me recuerdan cuando estuve ahi hace unos cuantos años, yo era bien pequeño y cazaron un cangrejo grandisimo, lo que ahora mismo no se si el pequeño era yo o el cangrejo era grande y lo veia asi... 😅
🤣🤣 buen punto jjj. Seguramente eras pequeño
😂
Yo pensaba que en Cuba, era fácil ir a la playa, a cada rato, como es una isla.
En la isla de Margarita se puede hacer, y en Puerto la Cruz. En puerto Rico también.
Saludos
Puede ser fácil solo que el problema de transporte es tremendo. No todos tienen autos. Entonces usamos autobús alquilados. En auto vas a la hora que desees, te bañas, ves la puesta de sol y regresas muy fácil.
🤍💜
Humm, bueno ahora sí comprendo.
Saludos
Es que el mar nos hace entrar en sintonía con nosotros y con el mundo. Bendiciones
Un magnifico paseo en la playa y disfrutar con los seres queridos es un combinacion fantastica, sin duda un gran dia.
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