En cámara lenta
Cada vez que pasaba por aquella calle, antes de llegar al liceo, me tocaba brincar sobre unas piedras para no ensuciar mis zapatos con el agua negra que salía de una cloaca rota, tenía la sensación de que algún día me resbalaría y caería entre el agua pútrida y los escombros. Por eso siempre pasaba con cuidado, nerviosa, como un trapecista en la cuerda floja, esperando no caer.
Pero aquel día, antes de llegar al liceo recordé que debía llevar un material con el que iba a trabajar en manualidades y lo había olvidado en mi casa. La clases de manualidades era a la segunda hora, así que podía regresar a buscarlo. Me devolví velozmente, antes de que se hiciera la hora de entrada, con tan mala suerte de que mis padres ya habían salido al trabajo y la casa estaba cerrada.
En esa época no existían celulares, por lo que tuve que ir a una casilla telefónica que quedaba a varias cuadras de mi casa para llamar a mi papá y que él me diera las llaves:
_Despacho del rector, muy buenos días - escuché al otro lado de la línea.
_¿Aló? ¿Papá? - pregunté yo, aunque sabía que era él. Mi papá trabajaba como mensajero del despacho del rector de la universidad y cada vez que atendía el teléfono ponía voz de locutor:
_¿Quién es? - preguntó papá extrañado.
_Nancy, tu hija - susurré pegándome el auricular.
_¿Pasó algo malo? - preguntó papá sobresaltado, imaginando algo malo. Mis padres nos habían dado los números de su trabajo para que solo llamáramos en caso de emergencia.
_Dejé la cartulina en la casa - dije sin anestesia.
_¿Para eso tú estás llamando? ¿Y qué tú quieres que yo haga?
_La casa está cerrada y necesito la llave para entrar y como usted tiene carro - argumenté yo débilmente sabiendo cuál sería la respuesta.
Al otro lado hubo un silencio. Sabía que papá intentaba controlarse porque seguramente había personas a su alrededor que pudieran escucharlo. Luego de segundos, finalmente dijo como si masticara vidrio molido:
_¿Cuántas veces les hemos dicho a ustedes que acomoden todo en la noche para que cuando salgan al liceo no dejen nada? ¿Ahora cómo salgo yo para allá si estoy ocupado aquí ? - preguntó papá y yo me sentí como una fruta podrida que nadie quiere.
_¿A que hora tienes clase? - preguntó y yo le dije la hora - Ok. Espérame ahí. Ya salgo para allá - prometió papá y luego de colgar, yo me fui a la casa para esperarlo.
Mi padre no era de correr, pero me imagino que volaría en el carro porque en 10 minutos ya estaba en la casa. Sin bajarse del auto, ya me estaba regañando:
_¿Hay necesidad que yo salga de mi trabajo para que tú puedas sacar unos materiales que si tú sabías que ibas a utilizar, debían estar arreglados cerca de tu uniforme? - esa era una de las formas que tenía mi papá de regañarnos: preguntándonos las cosas que debimos hacer y no hicimos.
_¿Si yo hubiese estado en una reunión importante y no hubiese podido salir, qué tú haces. Dime, Nancy, qué hubieses hecho? - yo guardaba silencio porque aquellas preguntas eran retóricas y no buscaban respuestas. Es más, responderlas sería despertar un volcán que podía arrasar con todo.
Papá abrió la puerta y yo salí corriendo a mi habitación. Allí, sobre la cama, estaban los rollos de cartulinas multicolores. Los tomé rápidamente y salí. Papá cerró nuevamente la casa y me preguntó si debía llevarme al liceo:
_No, papá, no es necesario. Gracias - respondí sabiendo que estaba sobre la hora, pero hacer que mi padre se desviara de su regreso al trabajo, seguro sería otro sermón en el camino. Así que comencé a caminar mientras veía que mi padre arrancaba el auto y se perdía de mi vista.
Cuando no vi el auto, comencé a correr porque era tarde. Con los rollos de cartulina en una mano y los libros en mi morral, corría como si el tiempo pisara mis talones. Recuerdo que cuando llegué a aquella zona, donde el agua pútrida estaba empozada, no hubo otro pensamiento que no fuera el de que iba retrasada. Entonces comencé a saltar por cada piedra, dispuesta, como un camino, por sobre aquellas aguas. Saltaba y saltaba, esquivando los charcos. Pero en la mitad, de la nada, recordé mi temor a caerme y escuché que yo misma me decía: "Te vas a caer. te vas a caer". Y sin que pudiera hacer nada, resbalé y mi cuerpo cayó, como en cámara lenta, sobre aquellas aguas malolientes. Y mis cartulinas parecían barcos de papel multicolor flotando sobre las aguas negras.