“A veces el corazón sigue vivo, pero ya no le pertenece a uno.”
Saludos, amigos de Hive. Me imagino que no existe miedo más profundo que el de seguir consciente dentro de un cuerpo que ya no responde. “El Latido Falso” explora esa frontera donde un respirador mecánico prolonga la vida, pero lo verdaderamente aterrador es sentir que algo cercano intenta robarte la esencia. A los amantes del terror psicológico, los invito a escuchar —más allá del bip—, para descubrir qué es lo que realmente late en la oscuridad.

El Latido Falso
No puedo moverme. Ni siquiera lograr que un parpadeo me saque de este encierro. Mi cuerpo se ha vuelto una tumba tibia, hundida bajo sábanas ásperas y el zumbido obstinado del respirador que insiste en mantenerme aquí, inyectando el aire vital por pura terquedad. El techo del hospital se ha ido borrando en manchas amarillas, como si el tiempo también se pudriera encima de mí. Pero lo que realmente me consume, lo que me carcome por dentro, es ese sonido que no calla: bip… bip… bip…
El monitor cardíaco cuelga frente a mis ojos, colgado de un brazo metálico que lo hace oscilar suavemente, como un péndulo en una pesadilla de Poe. Cada oscilación coincide —o coincidía— con el latido de mi corazón. Lo sentía en el pecho, débil pero presente, como un tambor lejano en medio de la niebla.
Hasta hoy.
Ahora, el bip suena… antes. Un instante antes. Como si algo más estuviera marcando el ritmo. Al principio creí que era un error, un fallo del aparato. Pero no. Lo he contado. Una y otra vez. El monitor ya no me escucha a mí. Escucha a otro.
Y entonces lo siento.

No con los ojos —están fijos, inútiles—, sino con la piel. Con los nervios que aún laten bajo la parálisis. Hay algo en el pasillo. Algo que camina sin prisa, deslizándose con el mismo ritmo del bip… bip… bip… que ya no es mío. Cada paso resuena en el suelo de vinilo como un clavo hundiéndose en mi cráneo.
No respira. No habla. Solo avanza.
Sé que viene por mí. No para salvarme. Para reemplazarme.
El monitor oscila más lento ahora, como si también lo supiera. Y en cada vaivén, veo su sombra proyectarse en la pared: alargada, retorcida, con dedos que se arrastran como raíces negras.
Quisiera gritar. Quisiera arrancarme los tubos y correr. Pero solo soy un ojo abierto en un cadáver que aún respira.
El bip se acelera.
Él está en la puerta.
Y el latido… ya no es falso.
Es suyo.

🔹Si te gustó la historia, déjame tu comentario y sigue mi blog para más relatos. 🔹
English Version
“Sometimes the heart stays alive, but it no longer belongs to you.”
Greetings, friends of Hive. I imagine there’s no fear deeper than remaining conscious inside a body that no longer responds. “The False Heartbeat” explores that thin line where a mechanical respirator keeps life going, but the real horror is feeling that something close is trying to steal your essence. To all lovers of psychological horror, I invite you to listen —beyond the beep— and discover what truly beats in the dark.

The False Heartbeat
I can’t move. Not even a blink frees me from this confinement. My body has become a warm tomb, buried under rough sheets and the stubborn hum of the respirator that insists on keeping me here, forcing air into me out of sheer defiance. The hospital ceiling has faded into yellow stains, as if time itself were rotting above me. But what truly consumes me, what eats away at me from within, is that sound that never stops: beep… beep… beep…
The heart monitor hangs before my eyes, dangling from a metal arm that sways gently, like a pendulum in one of Poe’s nightmares. Each swing matches —or used to match— the beating of my heart. I could feel it in my chest, weak yet present, like a distant drum echoing through fog.
Until today.
Now, the beep sounds… before. Just a fraction of a second sooner. As if something else were setting the rhythm. At first, I thought it was a glitch, a malfunction. But no. I’ve counted. Over and over again. The monitor no longer listens to me. It listens to another.
And then I feel it.

Not with my eyes —they’re fixed, useless— but with my skin. With the nerves that still pulse beneath the paralysis. There’s something in the hallway. Something moving unhurriedly, gliding with the same rhythm as the beep… beep… beep… that no longer belongs to me. Each step echoes on the vinyl floor like a nail being driven into my skull.
It doesn’t breathe. It doesn’t speak. It just advances.
The monitor swings more slowly now, as if it, too, knows. And with each sway, I see its shadow stretch across the wall —long, twisted, with fingers dragging like black roots.
I wish I could scream. Tear out the tubes and run. But I’m only an open eye trapped in a corpse that still breathes.
El terror no tiene un solo rostro y a veces viene con algunos sonidos. Saludos, @siondaba
Saludos amigos de @celf.magazine. Es cierto, los sonidos al repetirse se convierten en perturbadores. Gracias por el apoyo. Abrazos.
Esta publicación ha recibido el voto de Literatos, la comunidad de literatura en español en Hive y ha sido compartido en el blog de nuestra cuenta.
¿Quieres contribuir a engrandecer este proyecto? ¡Haz clic aquí y entérate cómo!
Gracias por el apoyo. Bendiciones para todos.