Saludos cordiales, amantes de los libros en #hivebookclub!
La obra de César Vallejo, (1892-1938), es original. Yo diría, entre lo más original de la lengua española del siglo pasado.
Su marca es profunda, es intensa, de incesante experimentación lingüística. Desgarra y recompone el verbo, expone una visión existencial y solidaria del ser humano que se me antoja casi, un lamento universal.
Esta en una voz de una vigencia asombrosa, como el eco de un golpe antiguo que no termina de desvanecerse en la pared, un golpe que, yo lo sé, puede venir de donde menos se le espera.
Los albores de su senda poética se revelan en Los Heraldos Negros (1918), una obra que, para mí, resuena con la fatalidad de un destino que ya está escrito.
En este poemario, Vallejo asimila y subvierte las influencias modernistas que por entonces embriagaban a los jóvenes espíritus, mas lo hace para forjar un lenguaje propio, una voz que no es mero artificio, sino el grito de un alma.
Un lenguaje cargado de un sentimiento de angustia existencial, ese dolor que no se nombra, que se adivina, ante el destino humano, el recuerdo de la familia andina que es arraigo y a la vez una lejana nostalgia, y la perplejidad ante una fe que, como mi propia fe, se resquebraja ante la implacable verdad.
Versos como "Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!", se han incrustado en la memoria colectiva, sí, pero para mí son más que una frase: son la descripción precisa de ese súbito desgarro, ese diagnóstico que llega sin pedir permiso, encapsulando la sensación de un sufrimiento incomprensible y abrumador que permea la obra entera, y que a veces, también, anida en uno mismo.
Aquí ya se vislumbra su originalidad, no solo en la métrica o la rima, que a menudo rompe, no por capricho, sino para acentuar el desgarro, para que el sonido imite la herida.
La influencia de su origen mestizo en Santiago de Chuco, Perú, lugar con nombre de santo y estigma de tierra, y su contacto con la cultura andina, se filtra en la melancolía que impregna cada estrofa, en el arraigo a la tierra y a los suyos, a la vez que experimenta esa misma alienación que a uno asalta al leer versos como los de este libro.
Sería con Trilce (1922) donde Vallejo, como un médico audaz que abre el cuerpo para sanar, daría un salto radical, marcando un hito en la poesía vanguardista que a muchos los dejó perplejos, y reveló para siempre una nueva forma de sentir la palabra. Este poemario es una explosión, casi una convulsión, de experimentación lingüística, una ruptura audaz con las convenciones gramaticales y sintácticas, una de esas rupturas que solo un alma en crisis puede lograr.
Vallejo inventa palabras, sí, como quien busca nuevos nombres para dolores antiguos, trastoca el orden lógico, utiliza un lenguaje coloquial mezclado con términos arcaicos, como si en el mismo aliento convivieran el lamento del pueblo y la voz de los ancestros, y juega con la sonoridad y la espacialidad del verso, transformando la página en un mapa de la psique rota.
La aparente hermeticidad de Trilce, esa que a primera vista parece impenetrable como un sueño febril, encierra una profunda exploración de temas como: la prisión, no solo física, sino del alma; el tiempo, ese verdugo silencioso; la niñez, que es el paraíso perdido; la ausencia materna, que es un eco que nunca cesa; y la incomunicación, ese muro invisible que a veces nos construye el sufrimiento.
Es densa, sí, exige una lectura atenta, casi una disección, y ha generado innumerables estudios, por ser uno de los pilares de la vanguardia hispanoamericana. La sintaxis rota, la yuxtaposición de imágenes disímiles y el uso de neologismos y palabras de su propia invención no son meros caprichos estéticos, no. Sin herramientas, precisas, dolorosas, para expresar un universo interior fragmentado y una visión que ya no encaja en las estructuras tradicionales, un mundo que se deshace.
El "yo" poético en Trilce se siente en un constante proceso de desintegración y reconstrucción, reflejo de una crisis existencial profunda que solo el que ha mirado al abismo puede comprender.
Es el desamparo puro, el hombre solo frente a la palabra que ya no le sirve, la búsqueda desesperada de un nuevo alfabeto para un dolor inaudito.
Los últimos años de su vida, consumidos en Europa, especialmente en ese París donde tantos sueños se disuelven y se forjan, estuvieron marcados por su creciente compromiso político y social, una conciencia que, como un fuego lento, se encendió en su espíritu.
Fue influenciado por su contacto con el marxismo y su vivencia, cruda y desgarradora, de la Guerra Civil Española, un conflicto que no solo partió un país, sino que rajó el alma de una generación. De esta etapa, de este pozo de dolor y compromiso, nacen los póstumos Poemas Humanos (escritos entre 1923 y 1938) y España, aparta de mí este cáliz (1937).
Aquí, el dolor personal de Vallejo, ese que ya conocíamos, se desborda, se expande para abrazar el sufrimiento colectivo, ese dolor ajeno que se hace propio, como si las venas de la humanidad se conectaran en un solo latido.
La solidaridad humana se convierte en el eje central, el único refugio posible, y su poesía se carga de un potente mensaje de denuncia social y de una esperanza, casi quimérica, en la fraternidad. A pesar del cambio temático, Vallejo mantiene su peculiar estilo, fusionando lo coloquial con lo trascendente, esa conversación del hombre de a pie con lo eterno, y su singular sintaxis, que a menudo parece dislocada, pero que siempre sirve a la expresión de una emoción o idea profunda, como si la palabra misma se retorciera para alcanzar la verdad.
La figura del "hombre" doliente, pero a la vez capaz de amar y de luchar, emerge como el protagonista de estos versos, un "hombre" que, a pesar de las adversidades, es capaz de construir una patria de humanidad y compasión, un faro de luz en medio de la oscuridad que yo, desde mi propia circunstancia de vivir en una Cuba de apagones y miserias, creo haber llegado a comprender.
La maestría de Vallejo reside en su capacidad para transfigurar el lenguaje común en una herramienta de expresión poética sin igual. Sus poemas no solo son lecturas, no, son experiencias viscerales que confrontan al lector con las aristas más crudas, más descarnadas, de la existencia humana, y en esa crudeza reside su belleza inmortal.
La autenticidad de su voz, su preocupación por los desposeídos, por los "golpes" que la vida reparte sin piedad, y su inquebrantable fe en la capacidad de la humanidad para la solidaridad, lo distinguen, lo elevan por encima de los otros. La poesía de Vallejo es un grito, pero también una caricia; un lamento, pero también un llamado a la acción, un llamado a la vida, incluso cuando el hedor definitivo acecha.
La poesía de César Vallejo es un universo complejo y fascinante, un vasto océano de emociones que yo, en mi quietud forzosa, he surcado con devoción.
Vallejo no solo escribió poesía; la reinventó, la desmembró y la volvió a armar con la paciencia de un cirujano, dejó un legado imperecedero que inspira y conmueve. Una luz bendecida que, incluso, en la penumbra eterna de mis días, ilumina.
🟥 Texto de mi autoría, escrito sin IA
🟥 Imágenes de mi propiedad
🟥 Con traducción de Google
Complete Poetry of César Vallejo
Warm greetings to all book lovers at #hivebookclub!
The work of César Vallejo (1892–1938) is truly original—some of the most groundbreaking in the Spanish language of the last century.
His mark is profound, intense, marked by relentless linguistic experimentation. He tears apart and reconstructs language, exposing an existential and compassionate vision of humanity that feels almost like a universal lament.
His voice remains astonishingly relevant, like the echo of an ancient blow that never fully fades from the wall—a blow that, I know, can come from the most unexpected place.
The dawn of his poetic path is revealed in "Los Heraldos Negros" (1918), a work that, to me, resonates with the fatality of a destiny already written.
In this collection, Vallejo absorbs and subverts the modernist influences that intoxicated young spirits at the time, but he does so to forge his own language—a voice that is not mere artifice but the cry of a soul.
A language charged with existential anguish, an unnamed pain that lingers beneath the surface—confronting human fate, the memory of his Andean family as both roots and distant nostalgia, and the bewilderment before a faith that, like my own, cracks under the weight of implacable truth.
Verses like "Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!" ("There are blows in life so hard… I don’t know!") have embedded themselves in collective memory, but for me, they are more than a phrase—they are the precise description of a sudden rupture, a diagnosis that arrives unasked, encapsulating the sensation of incomprehensible and overwhelming suffering that permeates his entire work—and sometimes, one's own life.
Here, his originality is already evident—not just in meter or rhyme, which he often breaks not out of whim but to emphasize the wound, to make sound mimic pain.
The influence of his mestizo roots in Santiago de Chuco, Peru—a place with a saint’s name and the stigma of the earth—and his contact with Andean culture seep into the melancholy saturating each stanza, in the attachment to land and kin, while also experiencing the same alienation that assaults the reader in verses like these.
With "Trilce" (1922), Vallejo—like a bold surgeon cutting open the body to heal—takes a radical leap, marking a milestone in avant-garde poetry that left many perplexed and forever revealed a new way of feeling words. This collection is an explosion, almost a convulsion, of linguistic experimentation—an audacious break from grammatical and syntactic conventions, the kind of rupture only a soul in crisis can achieve.
Vallejo invents words, as if searching for new names for ancient pains, disrupts logical order, mixes colloquial speech with archaic terms—as if the lament of the people and the voice of ancestors coexisted in a single breath—and plays with the sonority and spatiality of verse, turning the page into a map of a fractured psyche.
The apparent hermeticism of "Trilce", which at first glance seems as impenetrable as a feverish dream, contains a deep exploration of themes like imprisonment (not just physical but of the soul), time (that silent executioner), childhood (the lost paradise), maternal absence (an unending echo), and miscommunication (the invisible wall suffering builds around us).
It is dense, demanding attentive reading—almost dissection—and has spawned countless studies as one of the pillars of Hispanic avant-garde poetry. The broken syntax, the juxtaposition of disparate images, and the use of neologisms and invented words are not mere aesthetic whims—they are precise, painful tools to express a fragmented inner universe and a vision that no longer fits traditional structures, a world coming apart.
The poetic "I" in "Trilce" feels caught in constant disintegration and reconstruction, reflecting a profound existential crisis only those who have stared into the abyss can understand.
It is pure desolation—man alone before a language that fails him, a desperate search for a new alphabet to articulate an unheard-of pain.
His final years, spent in Europe—particularly in Paris, where so many dreams dissolve and are forged—were marked by growing political and social commitment, a consciousness that burned slowly in his spirit.
Influenced by Marxism and his harrowing experience of the Spanish Civil War—a conflict that not only split a country but shattered a generation’s soul—he produced the posthumous "Poemas Humanos" (written between 1923–1938) and "España, aparta de mí este cáliz" (1937).
Here, Vallejo’s personal pain—already familiar—overflows, expanding to embrace collective suffering, the pain of others made his own, as if humanity’s veins connected in a single pulse.
Human solidarity becomes the central axis, the only possible refuge, and his poetry is charged with a powerful message of social denunciation and an almost quixotic hope in brotherhood. Despite the thematic shift, Vallejo retains his unique style—fusing the colloquial with the transcendent, that dialogue between the common man and the eternal—and his singular syntax, often dislocated but always serving the expression of deep emotion or truth, as if words twisted themselves to grasp reality.
The figure of the suffering "man," yet capable of love and struggle, emerges as the protagonist of these verses—a "man" who, despite adversity, can build a homeland of humanity and compassion, a beacon of light in darkness—something I, living in a Cuba of blackouts and hardship, believe I have come to understand.
Vallejo’s mastery lies in his ability to transfigure ordinary language into an unparalleled poetic instrument. His poems are not just readings—they are visceral experiences that confront the reader with the rawest, most exposed edges of human existence, and in that rawness lies their immortal beauty.
The authenticity of his voice, his concern for the dispossessed, for the "blows" life deals without mercy, and his unshakable faith in humanity’s capacity for solidarity set him apart, elevate him above others. Vallejo’s poetry is a scream but also a caress; a lament but also a call to action, a call to life—even when the final stench looms.
The poetry of César Vallejo is a complex and fascinating universe, a vast ocean of emotions that I, in my forced stillness, have navigated with devotion.
Vallejo did not just write poetry—he reinvented it, dismantled it, and reassembled it with the patience of a surgeon, leaving an imperishable legacy that continues to inspire and move. A blessed light that, even in the eternal twilight of my days, still shines.
🟥 Text authored by me, written without AI
🟥 Images are my own
🟥 Translated via Google
!BBH
La Poesía de César Vallejo es imprescindible sin lugar a duda en la Literatura Hispanoamericana y Universal y pudiese parecer axiomático reseñarla pero para nada, siempre debemos volver a la fuente, a la savia de la Literatura por lo que agradezco inmensamente este comentario tuyo, tengo con Whitman la convicción de "no desdeñar (ni dejar que se empolven en las bibliotecas) los grandes porque los grandes son los útiles". Muchísimas graciss!!!
Agradecido querido amigo por tu comentario y tu visión prístina de la literatura de calidad y de la poesía inmensa de César.
Afectos.
Muchas gracias por la reseña, ni ge tenido la oportunidad de leerlo pero con esto me han dado ganas de echarle un vistazo
Estoy absolutamente seguro de que no se arrepentirá.
Haga el viaje y luego me cuenta.
Afectos.
Me encanta la poesía de Vallejo. Esos heraldos negros son inolvidables. Gracias por traerlo acá.😘
Gracias por acercarte siempre a mi blog y ser tan fantástica.
Vallejo es grande entre los grandes.
No he visto ni una flor de cementerio en tan alegre procesión de luces. Perdóname, Señor: qué poco he muerto!
En esta tarde todos, todos pasan sin preguntarme ni pedirme nada."
De «Ágape» de César Vallejo.
Gracias por ese lindo detalle.😘
Te soy sincero, no he tenido la oportunidad de leer su obra, pero la forma en que describes su poesía, esa experimentación con el lenguaje, esa angustia existencial y al mismo tiempo esa solidaridad... es que de verdad me has dejado con unas ganas enormes de descubrirlo. Se nota que lo has "surcado con devoción", como dices. ¡Gracias por compartir un análisis tan profundo y personal! Me lo apunto para mis próximas lecturas, sin duda.
Y ya que regalas poesía de Vallejo, me merezco una por lo que me gustan tus textos.