Today at noon, while a light drizzle fell over the city, I ended up having lunch at a place that never fails to make me smile: Café Trovando. It had been over a month since I last visited a café. Between work, workouts, and my diet, I hadn’t had the time or the craving. But this time, it wasn’t a matter of choice—it was a matter of necessity.

My mom told me early in the morning that the power had gone out at 9:00 a.m., so I was left without lunch. With the gray sky above and that lovely smell of rain in the air, I decided to walk to the city center and look for a place to eat (and one that had electricity, of course). The answer came easily: the good old reliable one, my usual refuge, Café Trovando.

Besides having a generator —a true luxury these days— it also offers something I value even more: healthy options and unique recipes you won’t find anywhere else in the city. I sat in the patio, where the fresh air after the rain made everything feel lighter, calmer, and somehow happier. I ordered a Tahi salad, a cappuccino, and a frappuccino.

The salad… what can I say! I’m not exaggerating when I say it was the most delicious thing I’ve eaten in a long time. I’d had it there before, but this time it tasted even better, with raisins that added the perfect sweet touch. It’s a mix of lettuce, tomato, cucumber, peanuts, and sesame seeds, dressed with a honey and lemon vinaigrette that makes it fresh, light, and surprisingly filling.

The cappuccino, without sugar, was perfect —I’ve gotten used to enjoying the real flavor of coffee— and the frappuccino, I sweetened just a bit with honey. That’s how I had my lunch: healthy, delicious, and in the best place to escape the power outage.

I left with a happy stomach, a calm mind, and that feeling that sometimes, those small unplanned breaks turn out to be exactly what we need.

English Version

Hoy al mediodía, mientras la llovizna caía suave sobre la ciudad, terminé almorzando en un lugar que siempre me saca una sonrisa: el Café Trovando. Hacía más de un mes que no pisaba una cafetería. Entre el trabajo, los ejercicios y la dieta, no había tenido ni tiempo ni antojo. Pero esta vez, no fue cuestión de plan… sino de necesidad.

Mi madre me avisó temprano que se habían llevado la corriente a las nueve de la mañana, así que me quedé sin almuerzo. Con el cielo gris y ese olor a lluvia que tanto me gusta, decidí caminar hasta el centro y buscar algún lugar donde comer (y donde hubiese electricidad, claro). La respuesta fue fácil: la vieja confiable, mi refugio habitual, el Café Trovando.

Además de contar con planta eléctrica —un lujo en estos tiempos—, tiene algo que valoro todavía más: opciones saludables y recetas únicas en la ciudad. Me senté en el patio, donde el aire fresco después de la lluvia hacía que todo se sintiera más liviano, más bonito. Pedí una ensalada Tahi, un capuchino y un frapuchino.

La ensalada… ¡qué decir! Creo que no exagero si digo que fue lo más rico que he comido en muchísimo tiempo. Ya la había probado antes, pero esta vez estaba aún mejor, con uvas pasas que le dieron ese toque dulce y perfecto. Es una mezcla de lechuga, tomate, pepino, maní y ajonjolí, con una vinagreta de miel y limón que la hace fresca, ligera y sorprendentemente saciante.

El capuchino, sin azúcar, me encantó —ya me acostumbré a disfrutar el sabor real del café—, y el frapuchino, lo endulcé apenas con un poquito de miel. Así fue mi almuerzo: saludable, delicioso y en el mejor lugar posible para escapar del apagón.

Salí de allí con el estómago feliz, el cuerpo en calma y esa sensación de que a veces, las pequeñas pausas improvisadas terminan siendo justo lo que una necesitaba.

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