La flor de la honestidad

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En un antiguo reino de China, un joven príncipe estaba a punto de ascender al trono.

Pero había una condición: no podía reinar sin casarse.

Para elegir esposa, convocó a todas las jóvenes del reino, con una sola prueba.

A cada una les entregó una semilla.

—Plántenla —dijo—. En seis meses, quien me traiga la flor más hermosa, será mi esposa.

Las muchachas regresaron a casa con ilusión.

Se esmeraron. Cuidaron. Regaron.

El jardín de los sueños había comenzado a crecer.

Una de ellas, sin embargo, no vio brote alguno.

Ni un tallo. Ni una hoja. Nada.

Consultó, esperó, intentó una y otra vez…

pero su maceta seguía vacía.

Llegó el día de la selección.

Las jóvenes llegaron con flores majestuosas.

Ella, en cambio, llevó su maceta vacía.

El salón se llenó de murmullos.

Pero cuando el príncipe entró, caminó entre las jóvenes…

y se detuvo justo frente a ella.

—Esta será mi esposa —anunció.

Las demás protestaron.

¿Cómo era posible elegir a quien no tenía flor alguna?

El príncipe sonrió.

—Las semillas que entregué eran falsas.

Ninguna podía florecer.

Solo una de ustedes fue sincera.

Solo ella tuvo el valor de venir con las manos vacías… pero con la verdad en el corazón.

Ella cultivó la flor más difícil:

la flor de la honestidad.

Y con ella, reinaré.